La vida de arriba

Mi preparación para leer libros en casa era la siguiente: Me quitaba los zapatos para poder trepar el enorme librero que había en mi sala. Escogía entre 2 o 5 enciclopedias dependiendo de mi ánimo. Me ponía los zapatos nuevamente, cerraba las cortinas y buscaba una posición cómoda en el sillón. Abría el primer libro. Entonces las historias llegaban y el viaje empezaba.

En las noches me abrigaba e iba a mi sillón de lectura. Buscaba en la radio musica lenta, abría las cortinas, las ventanas y sobre mis rodillas, veía la noche pasar. Un par de años antes, a través de esas mismas ventanas, había puesto en práctica fugas monumentales. Tenía 9 años cuando la idea de mi primera fuga llegó a mí. Inspirada probablemente en mi conducta regularmente obediente, mi espíritu nocturno me invitaba a hacer planes e inventar grandes estratagemas en las que alguna vez la salvación del mundo estuvo en juego. Escapar de algún laboratorio en el cual era objeto de terribles exámenes, fue uno de mis mayores logros. Pero no era fácil, ya que las ventanas tenían barrotes horizontales. Era necesario entonces que me quite la chompa y los aretes si llevaba alguno. Aprovechaba la flexibilidad de mis músculos para llegar finalmente a mi destino.

Una vez afuera, ya en libertad, respiraba profundamente mientras dejaba que una sonrisa de triunfo se apodere de mí. Luego, reingresaba inmediatamente por la puerta falsa que para mí siempre fue muy real. Si alguna vez alguien me veía y me preguntaba "¿Dónde estabas?", la respuesta siempre sería "Arriba en la azotea". Así, el plan estaba completo y la fuga se declaraba exitosa. Si no sabían dónde había estado realmente, nunca podrían encontrarme.

Nunca nadie hacía preguntas porque todos en mi casa sabían de mi doble vida. Yo vivía con ellos y dormía en su casa, pero en las tardes tenía que dedicarme a mi otro hogar. Tan solo su construcción inicial me tomó meses. Debía barrer, crear adornos, mesas, muebles.. todo desde cero. Si alguien me hubiera preguntado cuál era el estilo que seguía, la respuesta hubiera sido instantánea: DIY postcapitalista.

Mi casa de la azotea era así:

En la entrada se encontraba un jardín cónico de pasto blanco que conducía al gran pasadizo. Este conformaba la parte mas grande de la casa. Lo único que había en este pasadizo eran largas cuerdas, indispensables sobre todo para colgar adornos de tela húmeda de todos los colores y formas. A la derecha, se encontraba la sala que tenía en el medio un pozo cuadrado de vidrio que en el verano reflejaba el paso del sol. El lugar mas pequeño y mi favorito en toda la casa era sin duda mi habitación. Mi cama ocupaba casi todo el espacio, dejando sólo un poco para la mesa de noche. Si alguna vez le hubiera sucedido algo al resto de mi casa, no me hubiera preocupado siempre y cuando hubiera podido quedarme con mi habitación. Por qué era mi habitación favorita? Porque lo único que necesitaba era subir mi colcha y mi enorme Libro de Oro de la Fábula, que luego realmente se volvió dorado después de tantas tardes de sol, para ser absolutamente feliz. Leía un cuento y cuando alguna imagen extraordinaria me golpeaba de improviso, podía subir la mirada al cielo en un intento por evitar volverme transparente.

Un día de navidad, regresé a mi hogar infinito. Tenía 12 años y me sentía especialmente melancólica por lo que había subido conmigo un cassette de Wagner: los metales me alegrarían la noche. El espacio de mi habitación había sido tomado para construir una habitación real y el único espacio disponible era lo que había sido mi jardín circular. Me recosté en dónde ahora sólo había una montaña de pequeñas piedras blancas de construcción y pude contemplar las estrellas como antes. La gravedad ayudó a que una lágrima abandonara mi ojo derecho más rápido que la del izquierdo. Esa noche Wagner, las estrellas, o cualquier cosa hubiera ayudado.